lunes, 14 de enero de 2013

Naciendo de nuevo. Una canción de Sabina.

 
NACIENDO DE NUEVO
 
Una mañana de sal, no recuerdo en que lugar,
desaprendí aquella frase “los hombres no deben llorar”

Sin querer llegó hasta mi una canción olvidada,
un espejo, un inventario de mis horas pasadas.

Y compré toda la lluvia, y vendí toda la furia
que crecía en los rincones desolados
y desde aquel punto muerto me ví naciendo de nuevo
y llovieron las canciones que hoy te canto.

Guardé entonces el pudor en el fondo de un placard,
donde escondo mi dolor cuando lo quiero olvidar.

Quise encontrar un motivo a la inflexión, al desierto,
necesitaba estar vivo, tiempo y caminar despierto…
 
 
Una canción de Sabina

Los primeros rayos de sol comenzaban a entibiar, tímidamente, algunos sectores de una calle céntrica ajenos a la sombría tutela de los más altos y jóvenes edificios.

Arriba todo era diferente. Las ventanas con vistas a la nada de aquel antiguo departamento del quinto piso retenían el frío y la oscuridad de la noche. El despertador, fiel servidor de la diaria rutina, sonó puntualmente, sin olvidar que un nuevo miércoles estaba naciendo. Se levantó. Cumplió con el ritual de la ducha y los mates, sin perder las esperanzas de despertarse antes de subir al ascensor. Al ver que aún era temprano, hecho poco habitual en aquellas mañanas cansadas, se dirigió al aparato musical que reposaba sobre la vieja cajonera arrinconada entre la cama y la pared; pulsó un botón, y comenzó a sonar la primera canción de un disco de Sabina. Ella lo había dejado olvidado la última vez que se vieron las caras, quizás como garantía de su regreso. La música y las palabras desataron recuerdos e interrogantes. Se vio niño solo bajo una inconmensurable y salitrosa lluvia de otro tiempo; vio a sus padres más jóvenes de lo que lo era él en ese momento; oyó discusiones; supo lo que tuvo, lo que nunca llegó a ser, y lo que jamás volvería. Todo se deshizo, si es que alguna vez había sido hecho.

Era tarde. Bajó a la calle, encendió un cigarrillo, y tomó el camino hacia el trabajo con pasos apresurados, sin perder las esperanzas de despertarse, mientras los primeros rayos de sol, tímidamente, comenzaban a secar su ropa. 
 

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