domingo, 30 de diciembre de 2012

Rayuelas. Viajera, malabarista.


RAYUELAS




Se ha ido muy lejos la princesa,
poblando las canciones de tristeza,
desolando paredes y pasillos,
va el clavo fugitivo del martillo.
Sol de septiembre, claro de luna,
causa real de todas mis lagunas.
Hoy Poblesec, mañana Montparnasse,
no existe una estación que la detenga.
Su voz es mi descanso y mi solaz,
su silencio, otra puerta que se cierra.
Siempre se esfuma
como un sueño,
entre el uno y el nueve va flotando,
¿Qué rayuelas te llevarán tan lejos,
viajera?
¿Qué cielo estarás buscando?

Se han ido del barrio aquellos ojos,
capaces de clavarse como abrojos.
Si la cruzas no trates de escaparte,
mirar le bastará para alcanzarte.
Lecho de espinas, sal en la herida,
ley principal de mis causas perdidas.
Hoy en el sur, mañana allende el mar,
sus labios van sembrando poesía.
Su voz es tibio sol en tardes frías,
su silencio, el final de mi cantar.
Siempre se esfuma…
entre polvo de tiza va flotando…
entre tickets del metro va flotando…
entre el uno y el nueve va flotando…


Viajera, malabarista 

Se fue. No volví a saber de ella hasta varios meses después.
Transcurrido algún tiempo, al finalizar un concierto en un pequeño teatro de mi ciudad, se acercó hasta mí un hombre de rostro desconocido. Habituado a saludar a los amigos, a las presencias familiares con las que suelo encontrarme al final de cada presentación, esta persona me resultó un tanto extraña; o tal vez el presente me lo haga ver ahora de esa manera. Se presentó, a la vez que estrechaba mi mano. No recuerdo su nombre, pero sí, y de manera clara y precisa, las palabras que pronunció, mientras sus ojos se tornaban melancólicos, y la humedad de sus lágrimas incipientes, pudorosas, nacía sin que él pudiera evitarlo.
-Es mi hija, la chica de la Rayuela es mi hija-sentenció, y mi cara no pudo hacer otra cosa más que acudir a su máscara de sorpresa. ¿De qué otra manera podría haber reaccionado? ¿Pondría el destino, o la casualidad, a aquel hombre del cual había llegado a hablarme ella, en un asiento de aquel teatro, para acercarse después a mí, y lanzarme su confesión?
A fue cómo me contó que su hija, artista de circo, malabarista excepcional, se encontraba recorriendo el viejo continente, de país en país, de ciudad en ciudad, de esquina en esquina, brindando su arte, su destreza, a los conductores y transeúntes, a cambio de las monedas necesarias para costearse techo y comida.
Antes de retirarse me dio un abrazo y  las gracias, por habérsela devuelto aquella noche durante los minutos que duró la interpretación, entre suaves acordes musicales, y la tenue luz recomendada para esta clase de canciones.

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